E L futuro es ya. Vivimos en un mundo en gravedad cero. Se producen cambios tectónicos en el equilibrio de poderes de las grandes superpotencias. La maltrecha y envejecida arquitectura multilateral se muestra incapaz de minimizar el potencial de conflicto entre los tres grandes (China, Rusia y Estados Unidos). La tecnología y los datos se convierten en armas a pasos agigantados.
Pekín y Washington se enfrentan en ámbitos como I+D, telecomunicaciones de nueva generación, inteligencia artificial (IA), robótica, computación cuántica y tecnologías ligadas a la seguridad tradicional y a la superioridad militar y económica (prototipos de armas autónomas, semiconductores avanzados, etcétera). Rusia, entretanto, se ha revelado muy capaz de manipular tecnologías creadas por otros, de las que sabe aprovecharse para causar graves y duraderos trastornos informativos y económicos, con ánimo de avanzar en su estrategia nacional: demostrar que Occidente es corrupto y solo provoca división.
Aparecen nuevos objetos de disputa: los macrodatos, el software y la IA. La arquitectura de redes, el robo de datos, el control de la información y las tecnologías de vanguardia son los elementos característicos de un nuevo terreno de juego que muta a una velocidad difícil de asimilar para el Derecho Internacional, las burocracias estatales y las agencias reguladoras. Los ciberataques dirigidos desde Estados –como los protagonizados por los virus NotPetya (inteligencia rusa) o WannaCry (Corea del Norte)– causan miles de millones de dólares en pérdidas, destruyen infraestructuras vitales y, en algunos casos, están relacionados directamente con el aumento de la tasa de mortalidad en áreas específicas. De manera similar a lo ocurrido durante la guerra fría, las tensiones ideológicas entre superpotencias se materializan en toda Europa y en el Sur global, donde empresas chinas y estadounidenses compiten por el control del hardware (específicamente, la infraestructura de redes y sus componentes clave) y del software (es decir, por extraer los macrodatos de cada país más rápido que el competidor).
El control de lo digital también anima a países tradicionalmente marginados por sectores de la comunidad internacional. Un informe estadounidense publicado en abril de 2020 afirma que Corea del Norte se sirve de acciones cibernéticas para “robar y lavar dinero, extorsionar a empresas”, y que utiliza “moneda digital para su programa de armamento nuclear”. Irán e Israel llevan años lanzando campañas cibernéticas contra sistemas e infraestructuras fundamentales del otro. Irán dio un paso adelante en sus capacidades tras el ataque Stuxnet –perpetrado en 2010 por EEUU e Israel, que supuso un retroceso de dos años en el desarrollo del programa nuclear iraní–. Con independencia de quien protagonice la injerencia, sea un Estado-nación o un delincuente individual, la filtración y corrupción de datos de empresas y contribuyentes supone un elevado coste económico.
La nítida división entre competición militar y económica entre superpotencias ha evolucionado mucho en 20 años. La visión del mundo como un tablero de ajedrez se ve cuestionada por la incorporación de elementos catalíticos muy avanzados, como las cadenas de suministro corporativas, las arquitecturas financieras, los sistemas tecnológicos y una movilidad social en todo el tablero de juego que no hace sino profundizar en la interdependencia. Es lo que la politóloga estadounidense Anne-Marie Slaughter llama “la red”. En efecto, la tecnología digital potencia hoy todos los elementos o nodos que componen esta red, y que ejercen poder tal como hacen los Estados-nación. La competición geopolítica, más reñida que nunca, tiene lugar contra un telón de fondo de desafíos transnacionales –pandemias, cambio climático, escasez de recursos, migraciones masivas– y los actores no estatales, organizados a través de redes propias, desempeñan un papel cada vez más importante en la resolución de problemas que afectan al denominado “común global”; es decir, los espacios y patrimonios comunes a toda la humanidad.
Cuando el “común global” sufre trastornos, como la crisis de Covid-19, los errores en la red tienen efectos sísmicos en la salud y la riqueza de todas las economías del mundo. La pandemia ha tenido un impacto superficial sobre el sistema, pero sus consecuencias muestran la habilidad de los Estados para utilizar sus interdependencias como si fueran armas. Los conflictos a cuenta del comercio, la tecnología y los recursos naturales estratégicos son la punta del iceberg en esta compleja nueva dimensión de las relaciones internacionales contemporáneas.
¿Quieres leer más? Siga el enlace a continuación para ver el artículo completo.
Clüver Ashbrook, Cathryn. “Una diplomacia para el futuro.” November 1, 2020